Hasta la vida y habilidades de algunos
grandes músicos tienen como trasfondo leyendas que explicarían
porque llegaron a estar en ese firmamento de estrellas elegido para
unos pocos. Este es el caso de uno de los mejores guitarristas del
mundo y cantante de blues, Robert Johnson, cuya leyenda habla de un
pacto con el diablo.
Robert LeRoy Johnson nació en 1911 en
Hazlehurst, al sur del estado de Missisipi, nació fruto de una
relación esporádica, y Robert tardó años en saber su verdadero
apellido. Fue el undécimo hermano de una familia negra en una época
y lugar muy complicados para alguien de color.
La música comenzó a atraerle a una
edad temprana y comenzó a tocar el arpa y la armónica y a faltar a
la escuela, y un problema de la vista fue excusa para que abandonara
las clases definitivamente y se centrara en la música, en la que era
mas bien mediocre, y en las mujeres, una pasión que le obligó a
huir y a cambiar de nombre más de una vez ante maridos celosos. En
la adolescencia comenzó a tocar la guitarra con idéntico poco
virtuosismo...
Pero en 1929 encontró la estabilidad
junto a Virginia Travis, con la que se casó. Ella quedó embarazada
y por primera vez aparecía la felicidad en su vida, pero en abril de
1930, Virginia murió en el parto junto al bebé. Ella tenía 16
años.
La vida de Robert dio un vuelco y
refugió su tristeza en el blues, y comenzó a viajar siguiendo a los
grandes del blues y tocando sin ningún éxito, hasta que decidió
volver a su ciudad natal donde una viuda adinerada, Esther Lockwood,
le acogió y con ella tuvo un hijo.
Es en este periodo de tiempo cuando
sus conocidos comienzan a sospechar , ya que Robert, que nunca había
sido buen músico, comienza a tocar con una ejecución perfecta
propia de admiración de grandes figuras de la época, que consideran
que tocar así de repente no puede ser otra cosa que fruto de un
pacto con el diablo.
La leyenda dice que Robert
Johnson vendió su alma al diablo en el cruce de la actual autopista
61 con la 49 en Clarksdale (Missisipi), a cambio de tocar blues mejor
que nadie. Esperó en el cruce de caminos hasta medianoche, con la
guitarra en la mano, hasta que el diablo se la devolvió, y las manos
de Robert solo tenían que deslizarse por el mástil para interpretar
el mejor blues de la historia.
Robert tocó por todo el sur de
Estados Unidos. Nunca se quedaba en el mismo lugar, como si huyera
constantemente. El público afirmaba que tenía algo mágico que
cautivaba. Sorprendía al público con su música y su guitarra que
sonaba como si fueran dos, su voz que podía cambiar de formas, sus
ojos fijos que miraban como poseídos, era incapaz de quedarse en un
solo lugar. La letra de las canciones trataba sobre desesperación
religiosa y demonios interiores, y dos de sus mayores exitos hacían
referencia a su supuesto pacto. “Crossroad blues” habla de un
cruce de caminos que muchos consideran como el lugar señalado para
el pacto, y la letra de otro de sus éxitos, “Me and the devil
blues”, dice: “Early in the morning, when you knock at my door,
Early in the morning, when you knock at my door, I said Hello Satan,
i believe it’s time to go”. (Temprano en la mañana, cuando
golpeas a mi puerta, digo Hola Satán, creo que es tiempo de
partir)..
En uno de estos conciertos fue
descubierto por un promotor musical, y entre noviembre de 1936 y
junio de 1937, grabó 29 canciones, algunas con dos tomas, que junto
con dos fotografías, son el único testimonio de su paso por este
mundo. Este material, junto con alguna versión, compone los once
Lp’s de su discografía y que la casa editaría poco a poco...
Una anécdota es que Robert hizo las
grabaciones con su guitarra Gibson medio destruida y de la que no se
separaba jamás, y de cara a la pared. Los directivos del estudio
corrieron el rumor que era para que no le vieran los ojos poseídos
al cantar, aunque algunos músicos lo atribuyen a que la acústica
así era mejor. Esto y el hecho de que algunos conocidos le
atribuyeran extraordinarias habilidades, como por ejemplo, tras una
tarde de charla, con la radio de fondo y Robert sin prestar atención
a la música, era capaz al día siguiente de reproducir cada canción
por orden y nota por nota..
Su leyenda aumentaba a pasos
agigantados, y la gente acudía en masa a vele, atraídos por su
música y por el morbo de su personalidad, cada vez más esquiva que
le llevaba a tocar en semipenumbra para que la gente no viera su
manera de puntear la guitarra, o a desaparecer en medio de una
actuación. Su vida iba frenéticamente de un lugar a otro. Buscaba a
una mujer en cada ciudad, tocaba en un local y desaparecía, hasta
que el 13 de agosto de 1938, en Greenwood, Carolina del Sur, el
diablo se cobró su supuesta deuda.
Robert tuvo el error de seducir a la
mujer del dueño del local donde tocaba esa noche, el “Three Forks”
y le dieron una botella de whisky abierta. Antes de que Robert
pudiera beber, un músico que le acompañaba se la quitó y la rompió
advirtiéndole que nunca bebiera de una botella abierta, pero Robert
se enfadó y le trajeron otra botella también abierta de la que
bebió..
En mitad del concierto, Robert dejó
de cantar, dejó su guitarra a un lado y salió a la calle. Los tres
días que siguieron estuvo delirando hasta que murió envenenado por
la estricnina que contenía la botella de whisky el 16 de agosto, con
27 años, los mismos que extrañamente tenían al morir otras grandes
leyendas de la música como Jim Morrison, Jimmy Hendrix, Janis Joplin
y Kurt Cobain.
En “Me and ther Devil blue”s,
pedía ser enterrado a un lado de la carretera: “You may bury my
body Down the highway side”, pero existen tres tumbas que
supuestamente contienen sus restos.
Leyenda, mito o realidad, o quizás
algo de las tres, hicieron de Robert el mejor bluesman de la música
y está entre los cinco mejores guitarristas de la historia, (algunos
de los otros cuatro han hecho curiosamente versiones de sus canciones
como Eric Clapton, o Keith Richards, de los Rolling Stones, quien,
tras escuchar a Robert Johnson por primera vez, enseguida quiso saber
quien era el otro guitarrista. Richards no podía creer que fuese una
sola persona el que tocaba.)
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